Vanessa Porras

Vanessa Porras

En columnas pasadas hemos explorado el origen de la creatividad. ¿De dónde vienen nuestras ideas? ¿Vendrán de nuestra mente? ¿De una relación espiritual con un ser más grande que nosotros? Quizás sea la magia de unos pequeños genios invisibles como sugirió la autora Elizabeth Gilbert. Tal vez la creatividad simplemente sea el producto de mantener un hábito diligente y constante de observación y experimentación. Bien lo dijo Pablo Picasso, “La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando.”

Independiente de su origen, no puedo evitar sentir que como artista y escritora, mis oficios se vean amenazados ante la Inteligencia Artificial (IA) que parece haber explotado desde la pandemia. Siendo en sí, su propio fenómeno generalizado como una enfermedad infecciosa que se ha desparramado por todo el mundo y apenas es el comienzo.

En su inocencia, años atrás cuando aún vivía, mi abuelo decía, “esas son cosas del diablo”, cada vez que veía algún desarrollo tecnológico incluso hasta en las caricaturas en la televisión. No pienso que realmente dijera eso de forma literal. Puedo cambiar la cita a decir, “esas son cosas desconocidas”, que por igual tiene un tono de advertencia. La IA es desconocida y por lo tanto, en muchas personas causa miedo y desconfianza aunque de naturaleza no sea realmente algo malo.

Como familia, de broma imitamos a mi abuelo, “esas son cosas del diablo”, decimos cada vez que no entendemos algo. Y la verdad es que es difícil de entender como inteligencias artificiales se continuarán desarrollando en los próximos años, ¿cuál será nuestro papel en la sociedad? Especialmente como personas creativas si en cuestión de segundos programas como Chat GPT pueden generar guiones o manuscritos enteros mientras yo tardo horas, y a veces días germinando mis ideas.

Fue hace un mes más o menos cuando escuché por primera vez sobre el programa Chat GPT. Un cirujano ortopédico fue el que me lo mostró tras decirme que él lo usaba para escribir sus artículos médicos. Me quedé boquiabierta, emocionado él me pidió que le diera algo que escribir. Yo le dije que me describiera el sabor del café en español. En menos de un segundo comenzó a escribir párrafo tras párrafo, y si soy honesta, era hermoso lo que había escrito. ¿Cómo es que algo que nunca ha probado, ni probará el sabor de un café por la mañana ha sido capaz de transportarme a esa experiencia?

Maravillado él me dijo, “¿es genial no? Ya nadie nunca tendrá que escribir novelas”. Quizá para aquel que no encuentra gozo en la creatividad si lo vea como un beneficio el nunca tener que escribir, el nunca tener que dibujar, diseñar o componer música. Ya que este es solo el comienzo, me pregunto ¿cómo se diferenciará mi trabajo o el de cualquier persona creativa al de la IA?

Esta pregunta me llevó a recordar un artículo que leí hace varios años durante una investigación de la obesidad infantil. Este artículo por The New Yorker, titulado, The Memory Kitchen, La cocina de los recuerdos, se trataba de la historia de un restaurantero turco llamado Musa Dağdeviren, quien tenía un “proyecto ambicioso para documentar, restaurar y reinventar la cultura gastronómica turca”.

Lo que más me intrigó de este artículo fue cuando Musa le dijo al reportero sobre su madre. Le contó que cuando ella murió, la esposa de su sobrino hizo un platillo tradicional, cuando lo probó, comprendió que su madre realmente estaba muerta. “Me di cuenta de que nunca iba a volver a probar ese platillo como lo hacía mi madre. La persona que hace la comida -su físico, su alma- es única. Es como las huellas dactilares, o la escritura.” dijo Musa a The New Yorker.

En México conocemos esta alma de la comida como sazón. Cuando un platillo llega a su perfección, hay quienes tienen buen sazón y por igual aquellos que no aun no lo han desarrollado a su madurez. Como lo describe Musa, es como tu huella o la forma en la que escribes, es único para ti. En mi familia, las recetas se comparten porque la comida nunca será igual aunque la receta sea la misma.

En el alba de la IA, lo que me consuela de su desarrollo es su falta de sazón. El alma que a todas las obras generadas le faltarán. La conexión humana es lo que nos une, el empatizar con las emociones del otro, llorar cuando nuestros amigos sufren, sudar en sus esfuerzos y gozar en sus logros. Como diría mi abuelo, “esas son cosas del diablo”. Estas son cosas desconocidas, y aún tengo más preguntas que respuestas, pero por lo menos sé que aunque la receta sea igual, nunca será lo mismo.